Dijo Jesús: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno".

Jn 10, 27-30

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  Durante ocho días del mes de diciembre, los judíos celebraban la "hanukká", la "fiesta de la dedicación" (Jn 10, 22), conmemorando la restauración y consagración del templo de Jerusalén por Judas Macabeo. Jesús se hallaba en el templo, paseando por el pórtico de Salomón (Jn 10, 23), cuando se le acercaron los judíos para que les dijera claramente si Él era el Mesías que esperaban, o no lo era (Jn 10, 24). Jesús les explica que no le creen porque ellos no son de sus ovejas (Jn 10, 26), y por eso dudan de Él y lo rechazan. 

  El fragmento del evangelio de hoy es muy breve y explícito. Sólo las ovejas del buen Pastor reconocen su voz y le siguen confiadas porque nadie las arrebatará de sus divinas manos (Jn 10, 28b). Sólo el buen Pastor cuida de ellas y les da vida eterna (Jn 10, 28a).

  Roguemos al Padre bueno que nos conceda la seguridad de saber que formamos parte de su rebaño, y confiemos en el buen Pastor que da la vida por todas y cada una de sus amadas ovejitas.

Domingo, 12 de mayo de 2019

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