Dijo Pedro a Jesús: "Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?" Jesús les dijo: "En verdad os digo, cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna".

Mt 19, 27-29

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  Estas palabras de Jesús vienen, en el evangelio de Mateo, después del encuentro que tuvo con el joven rico que renunció a seguir a Cristo y prefirió seguir con su vida sin descuidar sus riquezas; y también vienen después del comentario que hizo Jesús acerca de lo difícil que es a los ricos acceder al reino de los cielos.

  Ya hemos comentado otras veces que la riqueza no es mala ni buena en sí, sino que es buena o mala según el uso que hagamos de ella. En los comienzos de la Iglesia, los cristianos ponían en común sus bienes y así nadie pasaba necesidad. Con el paso del tiempo, vemos la figura de S. Francisco de Asís que se despojó de sus bienes para seguir a Cristo, y también otros siguieron y siguen este ejemplo. 

  Renunciar a los bienes materiales no es una opción, sino algo absolutamente necesario cuando estos bienes se convierten en obstáculos para acercarnos al reino de Dios, cuando nos traban para poder seguir a Jesucristo. No se puede servir a Dios y al dinero, nos dice a todos el Maestro (Mt 6, 24).

  Jueves, 11 de julio de 2019

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