LEEMOS (Mt 11, 28-30)
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
CONTEMPLAMOS
El evangelio de hoy es continuación del de ayer, en el que Jesús daba gracias al Padre por haber revelado a los sencillos de corazón aquello mismo que ocultaba a los orgullosos: la bondad de Dios, sus designios. Y, comprendiendo la imposibilidad de abarcar todo esto por nuestros medios, con nuestras fuerzas, añade: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30)
Efectivamente es imposible solo con nuestras fuerzas seguir el mandato de Jesús.
Recordamos que en el evangelio de Mateo dice: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19).La ley de Moisés, en su cumplimiento, es árida, está basada en el temor, 'o lo haces o te castigo', por otra parte había ya tantos preceptos que se hacía imposible su cumplimiento, por esto Jesús incide en unos preceptos, como es el amor pleno a Dios y al prójimo como a uno mismo, y, a sus discípulos, les incluye: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). Y dice san Pablo: “La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 10).
Así estos preceptos, amor a Dios y amor al prójimo, lejos de imponer una carga superior sobre el pueblo de Israel, lo que hacen es suavizar todo el peso de la ley del antiguo testamento; pues no se basa en el miedo al incumplimiento, sino en el cumplimiento por amor al Padre del cielo, a nuestro Padre.
Efectivamente, las cosas las haremos mejor y más a gusto cuando lo hacemos para alguien a quien queremos y sabemos que le gusta, nos congraciamos con él.
Por ello Jesús nos recomienda acudir a él siempre, pero sobre todo cuando nos encontremos cansados, rendidos, cuando nos encontramos caídos y necesitamos una mano amiga que nos ayude a levantarnos.
Y va a ser Él, que es la cara del Padre, “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30), el que nos va a mostrar como apoyándonos en su amor, como confiando en Él, vamos a ser capaces de vivir nuestro cada día, sin el desasosiego por el mañana, viviendo cada momento como quiere Dios: en la humildad y en la mansedumbre del corazón ante lo que no es explicable para nuestra razón. En la sencillez del que todo lo espera del Padre.
Señor, que cada día yo te escuche y sea dócil a tus inspiraciones, que yo te reconozca como mi salvador, mi fuerza, mi luz, mi meta. Señor, dame el don de la oración.
