Cuando Jesús terminó de lavar los pies a los discípulos, les dijo: "En verdad, en verdad os digo, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: 'El que compartía mi pan me ha traicionado'. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo, el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado".
Jn 13, 16-20
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De nuevo recordamos el evangelio de la última cena del Señor. Jesús ha estado lavando los pies a sus discípulos, una tarea que realizaban los esclavos no judíos, y que él hace con toda naturalidad para mostrar a los doce el camino del servicio humilde y fraterno. Sigue hablándoles como queriendo darles instrucciones de última hora para que se mantengan unidos y puedan comunicar, con la palabra y el ejemplo, la Buena Noticia, cuando él ya no esté presente. Jesús sabía bien lo que le esperaba en cuanto saliera del cenáculo, y quiere que sus discípulos recuerden indeleblemente cada gesto, cada palabra, de aquel último encuentro, de aquella última reunión.
Las palabras, los gestos, de Jesús llegan hasta nosotros con toda la fuerza y el dramatismo de aquellos momentos; siguen llegándonos a través de sus enviados, padres, sacerdotes, catequistas... y también nosotros somos enviados para transmitirlas a otras personas de nuestro entorno, porque es algo que debemos compartir para llevar la esperanza a aquellos que no la tienen.
"El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado". (Jn 13, 20b).
Jueves, 16 de mayo de 2019
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