Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: "No tienen vino". Jesús le dice: "Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora". Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que él os diga". Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: ""Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: "Sacad ahora y llevadlo al mayordomo". Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: "Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora". Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

Jn 2, 1-11

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  El fragmento del evangelio de hoy nos sitúa en un ambiente festivo, alegre, de celebración... recordándonos la presencia de Dios en medio de nuestra vida diaria.

  En las páginas de la Biblia se nos suele presentar a Dios como el esposo y el reino como un banquete de bodas, y el vino como símbolo de alegría. El esposo, como un enamorado, nos habla con pasión y ternura para que abramos nuestro corazón a su presencia; así, sabiéndonos profundamente amados por nuestro Dios podemos escuchar sus dulces palabras que nos llaman a su lado. 

  Sea cual sea el momento que estemos viviendo, sea cual sea nuestra edad, seamos capaces de escuchar la voz del Esposo; que sepamos descubrirle en cada instante de nuestra vida y bebamos juntos el vino de la alegría que nos ofrece.

Lunes, 11 de febrero de 2019

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"Yo te voy a enamorar: te llevaré al desierto y te hablaré al corazón" (Os 2, 14)