LEEMOS (Lc 6, 43-49):
«Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca. «¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? «Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa».
MEDITAMOS:
Jesús nos está enseñando. Sus enseñanzas son vida. El Evangelio no es sólo para leerlo, sino para meditarlo y ponerlo en práctica. Cada uno según su situación. Él mismo lo dice según los pasos que propone: 1) Ir a Él. 2) Oír sus palabras. 3) Ponerlas en práctica. Si construimos nuestra vida según este sencillo, y complejo a la vez, esquema, edificaremos bien nuestra casa, nuestra vida. Pero esto también hay que pedirlo. Es trabajo nuestro, desde luego, pero también es una Gracia que hay que pedir.
ORAMOS:
Señor enséñanos a edificar nuestra vida sobre ti.
