LEEMOS (Lc 8, 16-18):
«Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».
MEDITAMOS:
¿Cómo nos situamos en la vida? ¿Nuestro día a día muestra la Espiritualidad del Seguimiento de Jesús? Tenemos ojos para ver lo que hay fuera, orejas para escuchar lo que hay fuera, manos para tocar lo que hay fuera. Hemos sido creados, pues, para estar proyectados hacia los demás. Pero esa proyección tiene que nacer y salir de dentro. No se trata de hacer grandes cosas. Ni de buscar la perfección y el éxito. Sino de que nuestro día a día sea luz. De Cristo, no de nosotros. Y esto requiere esfuerzo, sí; pero, sobre todo es una Gracia, y hay que pedirla.
ORAMOS:
Señor: Que seamos luz. Tu luz.
 
    			
 
								 
				 
				 
				 
				