LEEMOS (Jn 1, 29-34):
Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo. "Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
MEDITAMOS:
En el Evangelio de ayer veíamos y escuchábamos que unos fariseos le preguntaban a Juan si él era el Mesías. Respondió que no, sino que él lo que hacía era preparar el camino. Hoy, en efecto, señala a quien había preparado dicho camino. Indica quién es el Mesías, el Cristo: “ve a Jesús venir hacia él y dice: <<He ahí el Cordero de Dios>>”. Cuando le ve le reconoce. Y le ve cuando Jesús va hacia él. Cuando Jesús viene a nosotros, ¿seríamos capaces de reconocerle? Sí, en la Oración, en la Eucaristía, en la Parroquia… pero, ¿y en el resto del día? Hoy celebramos el Santísimo Nombre de Jesús. Sería bueno que a lo largo del día repitiéramos algunas veces esa frase u otra parecida: “Santísimo Nombre de Jesús”, “Bendito sea el Nombre de Jesús”, o, simplemente, “Jesús”. Es una forma sencilla de estar con Él a lo largo del día. No en vano, las últimas palabras de Benedicto XVI fueron: “Jesús, te amo”. El objetivo es llegar ahí, a tanto amor.
ORAMOS:
Señor: Que lleguemos a decirte “te amo”.
 
    			
 
								 
				 
				 
				 
				