LEEMOS (Mt 3, 13-17):
Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
MEDITAMOS:
Jesús va de Galilea al Jordán, o valle del Jordán. Es decir, va desde el Norte hacia y hasta el Este. El detalle geográfico suele pasarse por alto, cuando está cargado de simbolismo, nos está enviando un mensaje. Va al Este, es decir, al Oriente. De ahí viene la palabra “orientado”. Y va para bautizarse. Tiene todo el sentido: en las Iglesias, habitualmente, no siempre porque depende de cómo sean, la Pila Bautismal está al comienzo, porque es el comienzo de nuestro camino cristiano, no en vano es el primer Sacramento. Pero, además, los Templos, también habitualmente, están construidos de tal forma que están “orientados” a Jerusalén, o sea, de nuevo al Este. ¿Por qué decimos todo esto? ¿Qué sentido tiene? Que Jesús, igual que nosotros, no ya antes durante su vida oculta, sino sobre todo ahora, su vida entera está centrada en orientarse hacia el Señor. Hacer la voluntad del Padre. Ponerse en sus manos y dejarse llevar por Él. Es, pues, como bautizados, lo que tenemos que hacer todos. De modo que, por estar y ser bautizados, nunca estamos perdidos, estamos siempre orientados hacia Dios, que nos lleva de su mano.
ORAMOS:
Gracias, Señor, por el Bautismo, porque recibimos el Espíritu Santo. Gracias porque no nos dejas desamparados, no nos dejas a la intemperie, sino que nos orientas hacia ti, Principio, Fundamento y Fin de nuestras vidas.
 
    			
 
								 
				 
				 
				 
				