LEEMOS (Mc 2, 18-22):
Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día. Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos.
MEDITAMOS:
Los discípulos de Juan el Bautista están despistados. Ayunan, igual que los fariseos. Pero ven a Jesús, recordemos que ayer el propio Juan dijo que era el Cordero de Dios, y a sus discípulos, y no ayunan. Por eso Jesús les da la explicación: se trata de algo distinto, algo Nuevo. Los discípulos de Juan y los fariseos hacen lo que manda la tradición judía. Pero ya se trata de otra cosa. El cristianismo no es el judaísmo, aunque le deba muchas cosas. ¿Para qué ayunar? ¿Para qué, incluso, hacer cualquier acción religiosa? Para estar con Dios. Pero es que están con Dios. Están con el Hijo de Dios. ¿Qué sentido tiene, pues, ayunar? Y, como dice Tony de Mello, SJ, el problema de la Buena Nueva no es que fuera buena, sino que era nueva.
ORAMOS:
Señor: Siempre eres novedad. Que sepamos seguirte en tu novedad. Que seas Tú quien nos guíe.
