LEEMOS (Mc 2, 23-28):
Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?» Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?» Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».
MEDITAMOS:
Los discípulos, cuando cruzaban los sembrados con Jesús, arrancaron las espigas para abrir el camino. Los fariseos se lo recriminan dirigiéndose a Jesús. ¿Qué les responde? Lo que ya saben. Esto ya es interesante: si saben la respuesta, ¿por qué hacen la pregunta? ¿Por qué critican? Estamos en el comienzo de la vida pública de Jesús. Y ya está siendo criticado. Esto nos hace meditar sobre los propósitos e intenciones cuando hacemos las cosas o, más bien, cuando planteamos preguntas. Cuando preguntamos, ¿por qué preguntamos? ¿Para saber? ¿Para hacernos los sabios? ¿Para pillar a quien preguntamos? Seamos, pues, directos. Y cuando hablemos, digamos lo que hay que decir, y si preguntamos, lo que hay que preguntar. Que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no.
ORAMOS:
Señor: Te pedimos que no tengamos doblez de corazón. Que cuando hablemos, seamos sencillos y directos.
 
    			
 
								 
				 
				 
				 
				