LEEMOS (Mt 5, 13-16):

«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

 

MEDITAMOS:

“La sal actúa desde el anonimato. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella.

La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consumen.

Si no hay comida, la sal es simplemente veneno. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. Solo con sencillez y humildad podremos ayudar a los demás.

La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes, no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz. Ser luz significa explotar nuestras posibilidades espirituales y poner todo nuestro bagaje espiritual al servicio de los demás.

Pero, como en el caso de la sal, debemos de tener cuidado de iluminar, sin deslumbrar. La luz que aportamos debe estar al servicio del otro, es decir, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Si alguien sale de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar a sus ojos.”

(Fray Marcos)

 

ORAMOS:

Señor: Que sepamos ser sal y luz. Que sazones e ilumines Tú.