LEEMOS: (Lc 17, 20-25)

Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros». Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

 

MEDITAMOS:

Lo que entendían los fariseos como reino de Dios no es lo que proclamaba Jesús como Reino de Dios. Los fariseos estaban esperando todavía al Mesías, cuando lo tenían delante de ellos mismos. Por otro lado, hay que saber mirar a nuestro alrededor y en nuestro corazón para ver la presencia de Dios en nuestra vida. No se deja sentir, en el sentido de que hay que saber mirar. Pero para mirar hay que pedir que nuestra mirada y nuestro corazón se asemejen a los de Jesús. Es en la cotidianidad donde vemos la presencia del Espíritu de Jesús. Pero es, precisamente ahí, donde no es tan fácil descubrirla. También, claro está, en su Palabra, y en la Eucaristía y los demás Sacramentos. Sería bueno adquirir la costumbre espiritual de hacer el Examen de Conciencia que propuso en su día San Ignacio de Loyola. ¿De qué damos gracias hoy? De tal encuentro con esa o esas personas, de habernos despertado en un nuevo día, de poder hacer oración, de haber comido, de haber trabajado, de estar con la familia, de haber hecho tal o cual buena obra, … Ahí está la presencia de Dios. ¿De qué le pedimos perdón? De tal o cual pensamiento, obra u omisión. Pedirle perdón es otro signo de la presencia de Dios. Y pedirle que nos ayude a buscarle y encontrarle en el día siguiente.

 

ORAMOS:

Señor: Que nuestro corazón y nuestra mirada se asemeje a la tuya, para verte en todas las cosas que nos rodean y suceden.