LEEMOS (Jn 8, 12-20)

Jesús les habló otra vez; les dijo: «Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.» Los fariseos le dijeron: «Tu testimonio no vale, pues das testimonio de ti mismo.» Jesús les respondió: «Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y adónde voy; pero vosotros no sabéis Vosotros juzgáis según la carne, pero yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado. Y vuestra Ley reconoce la validez del testimonio de dos personas. Yo doy testimonio de mí mismo, pero también da testimonio de mí el Padre que me ha enviado.» Le preguntaron entonces: «¿Dónde está tu Padre?» Respondió Jesús: «Ni me conocéis a mí ni conocéis a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.» Estas palabras las pronunció en el Tesoro, mientras enseñaba en el Templo. Y nadie le prendió, pues todavía no había llegado su hora.

 

MEDITAMOS

Leyendo y meditando el Evangelio de hoy una de las conclusiones que se saca de él es que los cristianos deberíamos ser personas agradecidas: esa debería ser nuestra actitud ante la vida. El Evangelio, la Palabra de Dios, es nuestra luz. Es nuestro horizonte vital y, como dice Benedicto XVI, nuestro esquema-base para vivir. 

 

ORAMOS

Gracias Padre por habernos dado a tu Hijo que es nuestra luz en este mundo.