Dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará".
Jn 15, 1-7
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El Maestro utiliza una imagen que era bien conocida por quienes le escuchaban: la vid y los sarmientos. Los sarmientos pueden alargarse lejos de la cepa (la vid), pero es, unidos a ella, como dan el jugoso fruto: la uva.
Con este ejemplo, Jesús nos va mostrando su relación con nosotros y cómo debemos permanecer unidos a él para poder dar fruto: el fruto de nuestra tarea bien realizada, el fruto de nuestra vida llena de esperanza en el Señor, el fruto de nuestras buenas obras para gloria de Dios. Fruto que depende de que permanezcamos unidos a Jesús y nos alimentemos de él, al igual que los sarmientos y la vid.
A pesar de que vivimos en una sociedad eminentemente urbanita, es hermoso poder ver esta imagen de la vid con los sarmientos que se alargan sobre el terreno y sus verdes hojas que dan cobijo a los racimos de uvas. Es una bella imagen en la que podemos ver reflejada nuestra unión con el Señor, la vid, verdadera fuente en la que nos nutrimos para poder ser alimento para otros.
Miércoles, 15 de mayo de 2019
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