LEEMOS (Mt 9,14-17)
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»
CONTEMPLAMOS
Algunos discípulos de Juan, que estaban buscando al mesías, (el liberador del pueblo judío que los librara de la opresión romana) se extrañan que, si Jesús es el Mesías, ¿por qué sus discípulos no guardan los preceptos de santidad, según sus leyes, tal como se entendían en aquel entonces?
Ellos le preguntan con la intención de conocer si va a ser él el que los libre de los romanos y por tanto han de hacer una preparación para esa aventura. Pero Jesús les contesta como lo que es, el Mesías (el ungido), el libertador de la esclavitud del pecado que va a dar su vida por ello. Por tanto la respuesta de Jesús es contundente “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”.
La respuesta de Jesús es clara también para nosotros: no podemos estar tristes.
Y no podemos estarlo ya que si bien Jesús murió por nosotros, al tercer día Resucitó, luego está vivo. Vive.
Así como cuando vamos invitados a una boda nos preparamos con el mejor vestido, nos arreglamos, perfumamos, se inunda nuestro rostro de alegría, de gozo por estar con los novios, que van a dar lo mejor de ellos, nos van a regalar un banquete, estaremos con la familia, amigos, música... Nuestro peregrinar en la tierra no es sino un camino que hemos de recorrer, a veces con dificultades, otras con alegrías, pero que hemos de seguir alegres, optimistas, con la vista puesta en Jesús, en el premio prometido por las buenas obras, para alcanzar un día la gracia de estar ante él mismo. Para estar un día en presencia de Dios, junto a todos los santos y familiares bienaventurados. En síntesis: para estar un día en las bodas del Cordero.
Señor, dame la fuerza, la alegría, de saber que tú eres mi meta, que los problemas de la vida no me impidan vivir la vida como tú quieres que la viva. Señor dame la fe.
