Dijo Jesús a sus discípulos: "En verdad, en verdad os digo, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará".
Jn 12, 24-26
- - - -
El fragmento del evangelio de hoy nos trae unas palabras de Jesús que pueden parecernos duras, como seguramente también se lo parecerían entonces a los que le escuchaban. El Maestro habla de muerte, de aborrecerse a uno mismo... En otros evangelios nos habla de coger la cruz y seguirle... Y en la mente de cada uno sólo se ven dificultades, angustias, complicaciones...
Jesús vino al mundo y trajo una nueva visión, diferente, como cuando observamos el mismo paisaje desde otra perspectiva y todo parece cambiado, nuevo. Realmente el que ama su propia vida está movido por el egoísmo; no quiere preocuparse de los demás, cercanos o lejanos, sólo uno mismo es importante. Pero no somos islas, estamos rodeados de personas: familiares, amigos, conocidos, desconocidos... y nuestra vida tiene un sentido: servir a los demás; para poder hacerlo debemos morir a nuestros propios intereses, a nuestro propio egoísmo del "yo", el "mío", el "para mí"... Muriendo, vaciándonos de este lastre, dejamos espacio para la nueva vida: ser útil a Dios en los demás. De esta forma podemos aportar a nuestro entorno, a la sociedad, nuestros dones, nuestras capacidades, nuestra humilde generosidad: servir por amor, haciendo realidad visible el reinado de Dios.
Sábado, 10 de agosto de 2019
o-o-o-o
