Dijo Jesús a sus discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos".
Mt 5, 13-19
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En el evangelio de hoy, escuchamos a Jesús hablándonos de nuestra identidad como hijos de Dios. Somos sal de la tierra (Mt 5, 13a), y luz del mundo (Mt 5, 14a), para que nuestras buenas obras glorifiquen a Dios y sea alabado por todos (Mt 5, 16).
Después, Jesús pasa a hablar sobre el motivo de su presencia entre los hombres: no ha venido a modificar la Ley, ni a abolirla, ni a sustituirla por otra; ha venido a darle plenitud (Mt 5, 17). Jesús vino para devolver a la Ley su auténtico sentido, perdido, difuminado con el paso del tiempo y las interpretaciones de los hombres. Jesús vino a mostrarnos, de nuevo, que es la Ley del amor, resumida en "amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10, 27): Esa es la plenitud de la Ley. La Ley a favor del ser humano contemplado desde la perspectiva de Dios; la Ley que nos devuelve la dignidad de hijos amados por el Padre bueno, y que nos hace ver al prójimo como hermano nuestro al que debemos mostrar la luz de Dios y la belleza y bondad de su reinado de amor.
Viernes, 10 de mayo de 2019
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"Pueblo mío, atiende a mi enseñanza; ¡inclínate a escuchar lo que te digo!" -Sal 78, 1-
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