Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá" (esto es: "ábrete"). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Mc 7, 31-37
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Hay quienes se niegan a escuchar el mensaje evangélico; sus oídos están voluntariamente cerrados a la Palabra de Jesús que sana y libera. Los cristianos debemos escuchar atentamente la voz de los que no tienen voz, la voz silenciada por la sociedad injusta. Escuchando, o leyendo, atentamente la Buena Noticia podremos transmitirla sin titubeos, a un mundo cerrado a la alegría solidaria del Evangelio.
Escuchemos la voz de Jesús que nos dice a cada uno: "Effetá", para que oigamos con nitidez su Palabra, y nuestras lenguas puedan anunciar sin titubeos el reinado de Dios.
Viernes, 15 de febrero de 2019
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"Señor, tu Palabra es más clara que la de los que me dicen cómo hablas". (Desconozco el autor)
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