LEEMOS: (Jn 15, 1-8)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
MEDITAMOS:
En nuestra era digital es complicado entender exactamente qué es un sarmiento. Cuando Jesús les hablaba así a las personas de aquel tiempo y aquella cultura, sí entendían exactamente qué quería decir, porque era un pueblo fundamentalmente agrícola, pesquero y que tenía ovejas. Un agricultor, por tanto, comprende lo que quiere decir. Ahora bien, sí podemos saber que el sarmiento, después de la poda de las ramas viejas y secas, al mantenerse sujeto a la vid y nutrirse de ella, hace crecer y producir las uvas en la siguiente temporada. Debemos, pues, enraizarnos en Jesús. Mantenernos en Él. Escuchar su Palabra, asimilarla y cumplirla. Así daremos frutos.
ORAMOS:
Señor: Que nada nos separe de ti. Que nos mantengamos en tu amor.