LEEMOS: (Lc 9, 7-9)
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús.
MEDITAMOS:
Llama la atención el esquema del Evangelio de hoy. Al enterarse de los hechos que se decían sobre Jesús, Herodes se pregunta, y pregunta a los demás, quién es ese de quien hablan. Y tiene ganas de verle. Eso nos ocurre a todos: 1) Anuncio. 2) Preguntas para meditar y aclarar sobre lo ocurrido y anunciado. 3) Ver al Señor. Pero, claro, la intención y finalidad de Herodes no es adecuada al no querer estar con Jesús por amor, sino que tiene, como sabemos, otros objetivos. Quiere saber, pues, quién es Jesús. El Señor, como sabemos también, nos pregunta en otro momento “quién decís vosotros que soy yo”. Pero, nuevamente, la intención en la respuesta es también radicalmente distinta. ¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? Evidentemente, no tenemos las mismas intenciones que Herodes. Pues tiene que ver en el sentido de que podemos hacer una meditación buenísima y profundísima sobre los hechos y las palabras de Jesús. Pero sin amor, esas meditaciones no sirven para nada.
ORAMOS:
Señor: Que te queramos cada vez más aumenta nuestro amor por ti y por los demás.