LEEMOS (Mc 14, 12a. 22-25)


El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:

«Tomad, esto es mi cuerpo».

Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo:

«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».



MEDITAMOS


El primer día de los ácimos puesto que era el día en que se sacrificaba el cordero, los discípulos van a preparar la pascua. Para ellos es un día de fiesta, para Jesús es el momento de ir “preparándolos” para anunciarles su próxima muerte, pero también para anunciarles que Él siempre va a estar con ellos y con nosotros, a través del alimento básico bendecido: el pan y el vino.


Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote que ora por nosotros ante el Padre, así dice el salmo 110, 4: “El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tu eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec”.

Después del regalo que nos hizo el Padre enviándonos a su Hijo a este mundo para darnos el ejemplo de cómo hemos de amarnos unos a otros, Cristo nos hace el regalo definitivo: entregándose Él mismo bajo las especies del pan y del vino.

Es la mayor donación que nos hace el mismo Jesucristo y que cada día podemos tomar, contemplar y adorar en la santa misa.


Señor, danos sacerdotes santos.